Fogata encendida en la orilla de un lago al atardecer, símbolo de los sueños que necesitan calor para seguir brillando

No inventé nada nuevo… y lo hice todo mío

August 17, 20253 min read

No inventé nada nuevo

Cuando era chica soñaba sueños hermosos de grandeza.
Me imaginaba inventora. Encontrar la cura de alguna enfermedad imposible. Escribir sobre una solución que nadie había encontrado.
Cuando aprendí a leer, ningún papel quedaba a salvo.


Primero me atraparon los filósofos griegos, y me maravillaba cómo podían ocurrírseles las cosas que se les ocurrían.
Más tarde llegaron los cuentos de ciencia ficción, y
wow, Isaac Asimov me hizo enamorar incluso de la genética.
A los 12 años lo tenía claro: quería ser
ingeniera genética (así se decía en esos tiempos).


En la universidad busqué y rebusqué.
Lo más parecido era Biología Molecular, pero se estudiaba en Misiones y yo vivía en Buenos Aires.
Mis padres no me iban a mandar tan lejos.

Me conformé con Bioquímica.
Y
crash: me marchité.

En poco tiempo entré en crisis vocacional.
Y dejé de querer inventar nada más.


Las materias que más me gustaban eran epistemología y conocimiento científico.
Pero di un giro drástico: me inscribí en una carrera que en ese momento no tenía prestigio:
Psicología.

Tal vez ya asomaba mi espíritu rebelde, aunque un poco autodestructivo.
Psicología me dio mucho… y me quitó más.


En mi época dorada —cuando creía que podía hacer un aporte revolucionario al mundo— también fui bailarina, navegante, narradora de historias y cineasta.
Creaba con pasión.
Les daba largos monólogos a mis padres.


En la secundaria hubo destellos de brillo.
Como cuando, en quinto año, dirigí la coreografía para el acto de fin de año y logré que todas mis compañeras —con las que siempre me había sentido menos, acomplejada, diferente— bailaran como yo sabía que podían bailar.

O cuando, en un retiro espiritual, conté la historia de la Anunciación imaginando a María como una adolescente de quince años:
qué pensamientos, qué miedos, qué grande ya su figura cuando aún era una niña.


Hoy, mientras me servía un café, lo recordé.
No inventé la vacuna contra el cáncer.
No encontré un método revolucionario para terminar con el hambre.
No descubrí cómo hacer que un niño que no habla desde hace 12 años quiera hacerlo.


Pero por algún motivo… estoy completa. Feliz.

Porque hoy, con todo lo que hice a full, a medias o dejé de hacer, estoy:
Hablándote desde la marinera que hay en mí.
La loca rebelde que quiere hacer un mundo mejor con cada entrega de blog.
La escritora de guiones para cada workshop o video que te entrego con pasión.
La bailarina.
La que quiere traerte, en cada encuentro, una historia de inspiración.
Y la que te busca para encontrar juntos el método para resolver metas imposibles de comunicación de niños que no hablan.


Esos sueños, los de la infancia, yo creo que nunca se desvanecen del todo.
Están ahí, quietos, esperando a veces.
Otras, se cuelan, y es cuando te sentís poderoso, genial, grandioso.

Y ahora me pregunto:
¿Cómo se contarían estas historias si tuviéramos adultos que fueran fogoneros de sueños?


Si te pregunto hoy:
¿Qué sueña tu hijo?
¿Qué sueños sueñan juntos?
¿Cómo ayudarlos a que ese fuego se mantenga, tome forma y se exprese?

Porque a veces, sin querer, vemos esos sueños como tonterías.
Como cosas que hay que reencauzar.
Y quizás lo único que necesitan… es que alguien se siente a avivarles la llama.

Coach Ejecutivo y madre homeschooler. Creadora de Peasymind

Marian

Coach Ejecutivo y madre homeschooler. Creadora de Peasymind

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